jueves, 1 de diciembre de 2011

LAESPADA DE ZENITH

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 El palacio del Rey Melchor se encontraba situado a orillas del  tranquilo río Éufrates Sus jardines, cubiertos de maravillosas flores y fuentes, eran conocidos en todo el reino. Los suelos de mármol de diversos colores, junto con sus magníficas telas de Damasco, lo embellecían de tal forma que era admirado por todo el mundo que lo había visto.

En la torre más alta, adornada por unos preciosos arcos que daban a una amplia sala de armas, Zenith, el paje del rey, prepara todos los utensilios para un enigmático viaje.

.-Es extraño que mi señor parta hacia otras tierras. Su misión siempre ha estado aquí y ahora decide lanzarse a una aventura tan dudosa cómo   fantástica. Y, por cierto ¿seguirá contemplando las estrellas¿ Voy a ver...

Zenith se acerca hasta una habitación con un gran terraza y llena de todo tipo de elementos, mapas y datos para observar las estrellas. El Rey Melchor, acariciándose su larga barba blanca, hace cálculos, utiliza su astrolabio, escribe y de vez en cuando mira al cielo. Su cara entonces se transforma en una expresión llena de esperanza.

Al ver a su paje, se dirige a él con gran entusiasmo.

.- Zenith, ¿lo tienes todo preparado para salir? La estrella se acerca, la noche más hermosa de todos los tiempos no tardará en llegar y nosotros debemos estar en el lugar exacto para poder contemplar la joya más hermosa de todo el Universo.

.- Sí, Majestad, todo está en orden, aunque debo decir que la considero una aventura demasiado arriesgada para un rey de su categoría.

.- ¡Pobre Zenith! Ni tú mismo sabes el alcance de nuestra misión. Considérate un privilegiado entre todos los mortales.


.- No me puedo quejar, pero tampoco es que sea gran cosa; al fin y al cabo, un paje más.     


.- Un paje no es lo mismo que el paje del Rey Melchor. Además, yo te he enseñado todos los secretos de la Astrología y te doy una educación digna de los grandes señores, incluso te he convertido en el mejor espadachín del reino.

.- Sí, Majestad, pero no me dejáis luchar contra nadie. No puedo utilizar mi espada, ni siquiera contra un animal.

.- Tu espada ha de vencer el simbolismo del mal, tu valor ha de estar en el alma y en tu corazón. Sólo debe servirte para tener seguridad en ti mismo.

.- Pues cada día está más estropeada, debe ser que no tengo aún el suficiente valor o la necesaria gallardía. ¿Me dejaréis llevarla en el viaje? Con ella es verdad que me siento más seguro y útil.

.- Sí, Zenith, y ten paciencia, ya verás cómo un día se convierte en el símbolo de ti mismo. Pero no sólo vas a llevar la espada. Lo más importante será esto...

El Rey Melchor le entrega a Zenith un cofre forrado con un terciopelo granate y diversas piedras incrustadas .   

El paje, con gran curiosidad, pregunta:

.- ¿Podéis decirme lo que hay dentro?

El rey abre el cofre, se lo muestra a Zenith y con grandiosidad le dice:

.- ¡Oro, oro! La fuerza del Sol a través del oro, el mejor presente para un rey. Cuídalo como si fuese tu propia vida o, mejor dicho, como si fuera tu caballo, ya que lo quieres tanto cómo a ti.


.- Nunca podré agradecer lo bastante haberme regalado  a mi noble y querido Alfil. No podéis imaginar lo que me divierte su tendencia a galopar en sentido diagonal. Creo que le colocaré en el correaje de su frente una gran turquesa para que sea digno del real cortejo. No temáis, Majestad, el oro llegará a su destino.
Zenith se retira para terminar de prepararlo todo.
El Rey Melchor continúa con sus cálculos y cavilaciones.
                                                              
                                                            
Al palacio lo va envolviendo una gran calma. A su alrededor, los naranjos desprenden un maravilloso aroma de azahar, una suave brisa mece las palmeras y los olivos. El cielo, de un azul intenso, se prepara para iluminarse en el momento oportuno. En el horizonte comienza a ascender una estrella; el Rey Melchor entonces se apresura para avisar a su paje.

.- Zenith, es la hora de partir, vamos deprisa. ¿Está todo preparado?

.- Sí, Majestad, todo está en orden. Su camello espera listo y cubierto con sus mejores galas, subid tranquilo que yo os seguiré con todo el equipaje.

.- El único equipaje que me interesa es el oro, cuida de él.

.- Mirad, señor, lo llevo abrazado cómo una reliquia y lo defenderé a capa y espada. Por cierto, mi espada, la olvidaba, voy a por ella. Emprended el viaje que os alcanzaré enseguida.


El Rey Melchor, con la mirada fija en el cielo, no presta mucha atención al paje y comienza su camino con enorme alegría.

Mientras, Zenith sube a la torre, deja el cofre un momento y toma su espada. Al volver la mirada se ve reflejado en un espejo de metal y con atención se observa. Todo estaba en orden: Sus sandalias plateadas. El pantalón ancho sujeto a los tobillos; la tela, de un satén rojo escarlata, hacía buen contraste con una faja dorada que lo sujetaba a la cintura. La camisa blanca de seda; sobre ella un chaleco corto con los bordes redondeados, de terciopelo azul y con bordados dorados.


Del cuello, un cordón de plata con una gran amatista; en su mano derecha, un anillo con otra. El pelo largo y sujeto detrás con una cola. Su oreja izquierda horadada por una media luna que pendía vertical y hecha de plata. Sobre su cabeza, un turbante bicolor rojo y dorado del que sobresalía un pequeño cono azul bordado con estrellas plateadas.

Sí, todo estaba perfecto; con su espada larga y recta en la mano y montado en su caballo de color gris perla, sería digno de presentarse ante cualquier rey.

Observando su espada, sale, sube al caballo y comienza también el viaje.

En la torre, encima de una mesa de madera policromada, se queda olvidado el cofre tan ansiad del Rey Melchor; el oro, el resplandeciente oro...
Durante el camino, todo era armonía. Zenith imaginaba el encuentro con el rey que iban a visitar; pensaba que debía ser un rey muy poderoso y sabio para que su señor se tomara tanto interés y dejara incluso su reino.

La experiencia le parecía fascinante.

De pronto, en la lejanía apareció un pequeño pueblo; cuanto más se acercaban, más iba aumentando la sorpresa de Zentith al comprobar que no se trataba de un maravilloso reino digno de un poderoso monarca, pero confiado en el Rey Melchor le seguía con intriga y asombro.

Llegaron hasta una humilde casa, la bordearon y vieron un establo. Dentro, un grupo de pastores rodeaba a un hombre y una mujer que tenía en los brazos un niño; todo era muy humilde.


Zenith descubrió entonces el valor de todas las cosas que poseía.

El Rey Melchor se acerca. La madre, mientras, deja al niño sobre un pesebre cubierto de paja. El pequeño se movía con una energía impresionante. Todos estaban absortos contemplándole; la atmósfera del lugar era indescriptible, tanta paz, tanta armonía... Zenith  sintió que su corazón comenzaba a latir con gran fuerza y cada vez que miraba al niño lo quería más, le hubiera gustado que fuese su hermano, su hijo, su...¡todo!


De pronto, el Rey Melchor, de rodillas ante el niño y con lágrimas en los ojos, se vuelve, extiende sus manos y exclama con insistencia.

.- Zenith, ha llegado el momento más importante, dame el oro.

En ese instante, el paje se queda petrificado. De pie, con la espada en una mano y las riendas con su caballo Alfil en la otra, asumió su olvido.

Todos estaban mirándose esperando el ansiado tesoro. El Rey Melchor, algo impaciente, insistía:

.- Vamos, Zenith, dame el  cofre con el oro; el oro, Zenith, el oro.

En sus dieciséis años, Zenith nunca había sentido tanta vergüenza y, con un gran nudo en la garganta, dejándose llevar a la vez por un misterioso impulso, pudo decir:


.- Señor, lo siento. De veras que lo siento, pero he olvidado el oro. Sólo puedo ofrecer mi espada para el niño. No vale nada, pero con ella va todo mi amor, mi amor puro y sincero.

Zenith se va acercando; el niño le mira y en un movimiento parece que le está llamando. Cuando Zenith se acerca, el niño siente la espada en su pequeña mano y en ese momento, el acero, algo gastado y tosco, se va convirtiendo en el más puro oro que nadie había visto nunca. La espada se transforma en la más bella y resplandeciente arma jamás soñada; su brillo iluminaba toda la estancia. Se quedaron maravillados, la espada era entonces de oro, de oro...¡oro!

Así descubrió Zenith que en su corazón vibraba tal cantidad de amor que valía tanto o más que el preciado metal. Y desde aquel día, a la espada de Zenith todos la llamaron de nombre Áurea.





- F I N -



Ver documento en Biblioteca Digital Región Murcia con  adaptación a lectura escénica y teatral:
http://bibliotecadigital.carm.es/opac/ficha.php?informatico=00006473

viernes, 11 de noviembre de 2011

EL TRABAJO DIOS LO PREMIA

Autor :  MANUEL MÍNGUEZ PÉREZ
             
                    (Espinardo 1879 – 1937)

Eran, padre y dos hijos
los tres ratones,
viviendo muy felices
y retozones.

Su vida la pasaron
casa de un cura
con unas francachelas
que era locura.

Pues de jamón y vino
con rico queso,
hacían todos los días
grandes excesos.

El día del Tío Peluco
lo celebraron;
por beber mucho vino...
se emborraron.

Qué baile Periquito
los dos dijeron,
la música nosotros
bien tocaremos.

Con guitarra y bandurria
válgame el cielo,
qué música más grande
allí movieron.

Y Periquito, siempre
tan placentero,
parecía bailando
la Bella Imperio.

Y con aquel terceto
tan delirante
donde está el señor cura
van al instante.

El cura, que roncaba
cómo un becerro,
se despertó diciendo
¡Válgame el cielo!

¡Qué música más bella
y qué clarines!
¿Estarán en mi cuarto
los querubines?

Pero vio con sorpresa
y lleno de horrores
que sólo se trataba
de tres ratones.

Yo os arreglaré
músicos viejos,
con este pobre cura
no se hace eso.

Y cogiendo las botas,
hizo un esfuerzo
que fueron a parar
contra el espejo.

Los músicos que oyeron
aquel ruido,
se creyeron que el techo
se había caído.

Y tirando los pitos
muy asustados,
los tres en su cuevita
se refugiaron.

Y cuando se pasó
la borrachera,
les habló el Tío Peluco
de esta manera.

No volváis jamás
a emborracharos,
que todo el que esto hace
le cuesta caro.

El cura muy furioso
se levantó
a buscar los ratones
que no encontró.

Registró la despensa
y los rincones.
y no estaban el queso
ni los jamones.



Pues si no queda vino
¡Válgame el cielo!
lo que han hecho conmigo
los ratonzuelos.

En la despensa
y en los rincones
no estaban el queso
ni los jamones.

Sólo botellas rotas,
 huesos pelados,
decía el señor cura
desesperado.

Y rompiendo a llorar
amargamente
maldecía mil veces
su mala suerte.

Pero yo os aseguro
que por tragantones,
pagaréis bien caros
estos jamones.

Y llamando a la moza
que aún dormía,
le contó todo aquello
que sucedía.





Catalina que escuchó
lo que en casa sucedía,
tal sentimiento le dio
que la pobre se escurría.

Y los del cochino gordo
se los tragaron también,
Catalina de mi alma
¿Qué vamos ahora  a hacer?

Nada, nada, ahora mismo
voy a tomar el camino,
iré a casa de mi hermana
y que me den un minino.

Y sin gastar más tiempo
tomó el camino
y grande y bien hermoso
trajo un minino

¿Qué animalito es éste
los tres dijeron.
Uno lo mismo que éste
comió al abuelo.

Y desde entonces ya
todos los días,
ninguno de la cueva
salir quería.

Y dijo el Tío Peluco
con mala cara,
esto que nos ocurre
yo lo esperaba.

Por haber abusado
ya demasiado,
y siempre los abusos
resultan caros.

 Porque mientras comimos
lo regular
jamás el señor cura
nos hizo  "na ".

Pero, las borracheras,
bien lo sé yo,
que traen consigo
la perdición.

Papá de mis entrañas,
yo siento ahora
un hambre que me mata,
que me devora.

Y dijo Rabolargo
lanzando un grito,
¡yo quiero comer algo
ahora mismo!

Mirad lo que os digo
y tened calma,
no miréis el presente
sino el mañana.

Ayer desperdiciamos
más que comimos
y rompimos botellas
llenas de vino.

Los trozos de jamón
y rico queso,
todos desperdiciados
caían al suelo.

Y con la borrachera
y la locura
nos reímos también
del señor cura.

Y lo que yo más siento
es que soy viejo
y que por daos gusto
nos pasa esto.

Pero ya cometido
el desacierto
veamos la manera
de arreglar esto.

¿Pero quién va a salir,
con ese alano
que, seguro nos clava
sus cuatro manos?

Anda tú, Periquito,
que tienes fuerza
y si te ve el minino
cierras la puerta.

Pero no hagas ruido,
lleva cuidado
fijándote muy bien
si está acostado.

Y por Dios Periquito,
ten mucha vista,
que no te eche las uñas
ese carlista.

¿Pero a mí, que esperanza,
qué desacierto,
quien pudiera pensar
que ocurra esto?

 Sepa usted si lo cojo
que lo hago un lío,
y si sigue tan tonto, lo desafío.

Pues no quiero se crea
el mentecato
que yo le tengo miedo
por que sea un gato.

Que no vaya Perico...
papá, por Dios,
que nos quiere buscar
la perdición.

Pues yo me acercaré
con gran cuidado
para no despertarlo,
si está acostado.

Y con mucho sigilo
Se fue acercando
y por el cerrojito
estuvo mirando.


Y saltando y brincando
con alegría,
les dijo que el minino
no se veía.

Salgamos enseguida,
los tres dijeron,
a llenar la bartola
esto va bueno

Y los tres muy ligeros,
sin más licencia,
van cómo  tres leones
a la despensa.

El minino que estaba
siempre al cuidado,
al ver a los ratones
les dijo ¡Miau!

Al oír el maullido
Llevan gran susto
regresando a la cueva
con gran disgusto.

Y llorando los tres
amargamente
maldecían mil veces
su mala suerte.

Por que el maldito gato
ya nos ha visto
y junto a nuestra cueva
está muy listo

Y dijo Rabolargo
muy disgustado,
y moriremos de hambre
aquí encerrados.

Y contestó Periquito
 rechineando los dientes,
papá, desde ahora mismo
me voy a hacer el valiente.

Y a ese gato tan chillón
que no quiere que comamos,
tengo que roerle el alma
¡Dios lo libre de mis manos!

Cuando el tío Peluco vio
los hijos desesperados,
la cabeza meneó
y después meneó el rabo.

Y dijo  con alegría,
 con el hocico revuelto,
para podernos salvar
el problema está resuelto.

Pero qué hemos de hacer
padre querido,
si está el gato en la puerta
diciendo ¡Mio!

No temáis por Dios
válgame el Cielo,
 nosotros aquí haremos
otro agujero.

Y de esta manera
conseguiremos
que no nos vea el gato,
eso no es bueno.

Con que ahora mismo
manos a la obra,
para salir mañana
tiempo nos sobra.

Y principió el padre
tan religero
con el hocico y manos
el agujero.

Cuando vio Periquito
aquel trabajo,
al ver cómo sudaban
le daba asco.

Y le dijo su padre,
anda Perico,
trabaja con afán,
toma este pico.

Pero... papá, por Dios
qué deshonor,
trabajar con un pico,
yo picador…

Jamás, jamás
qué felonía,
querer que yo trabaje...
¡antes moría!
Pues desde largos tiempos
tíos y abuelos,
sin trabajar ninguno
muy bien vivieron.

Hijo de mis entrañas
te compadezco;
jamás pienses así
eso no es bueno.

Pues el trabajo sepas
es un tesoro,
que vale mucho más
que todo el oro.

Rabolargo que escuchó
lo que su padre decía
lo mismo que hacen los negros
trabajó todo aquel día.

Y mientras Periquito
 salió corriendo
y se coló al armario
tan religero.

Entonces el minino
que bien lo vio,
lo estuvo allí esperando
hasta que salió.

Hay que saber vivir
con picardía
y engañar a este gato
todos los días.

¡Qué vida más hermosa
la que me espera,
y comerme del cura
lo que yo quiera!

El queso ya no lo quiero,
los jamones ya me hastían;
me quiero quitar el gusto
lo haré con esta sandía.

Y cogiendo el cuchillo
se dio un banquete
que se le puso el vientre
de barrilete.

Y mi padre y mi hermano
que son formales,
que trabajen allí
cómo animales.

Pues yo ya sé el camino
y cuando quiera,
sabré burlar al gato
de esta manera.

Ya que comí lo que quise
me voy un ratito allí
y de verlos trabajar
¡cuánto me voy a reír!.

Y los trabajadores,
que hagan la cueva
para entrar y salir
cuando yo quiera.

Y saliendo muy sereno,
cómo si nada ocurriera,
te dirigió tan tranquilo,
a la puerta de la cueva.

El gato que lo esperaba
cómo quien cela a un ladrón,
clavándole bien las uñas
estas palabras habló.

Que ganas que tenía
de hincarte el diente,
con que  gusto me como
a los valientes.


Periquito que se vio
con las uñas ya clavadas
amargamente llorando
le dijo que lo soltara.

Y que por su madre muerta,
que nombrarla era locura,
no volvería jamás
a la casa de ese cura.

El tiempo que estás viviendo
es para darte tormento,
tan gordito cómo estás,
tendrás bastante alimento.

Y recrujiendo huesos,
cabeza y rabo,
Periquito murió
desesperado.
A los ayes lastimosos
que Periquito exhaló
Rabo Largo fue a la puerta
válgame Dios lo que vio.

Con el alma traspasada
y lanzando amargos gritos,
Rabolargo contó al  padre
la muerte de Periquito.

El Tío Peluco que oyó
de Periquito la suerte
del síncope que le dio
estuvo casi a la muerte.

Rabolargo que es buen hijo
de malvas y perejil
le dio cuatro o cinco tazas
y con esto volvió en si.

Y los dos allí juntitos
lloraron su desconsuelo
y le pidieron a Dios
que Perico vaya al cielo.

Por más que no hay esperanzas
que tengamos ese gozo
por que el Señor bien lo sabe
que Periquito fue un golfo.

Pero cómo Dios es Bueno
quizás lo haya perdonado,
poniéndolo de rodillas
para purgar sus pecados.

Y nosotros, hijo mío,
le perdonemos también
todo lo que en este mundo
nos ha hecho padecer.

Y por aquel Dios tan grande,
poderoso y absoluto
nosotros por Periquito
debemos ponernos luto.

Y cuanto antes Papá,
quiero salir de esta casa
porque si no el fierabras
acabará con la raza.

Piensas muy bien hijo mío,
aunque no es ya cosa nueva,
trabajemos enseguida
para terminar la cueva.

Pues las cosas de Perico
a los dos ha trastornado
que si no, seguramente,
la hubiésemos terminado.

Y no solamente eso,
aunque la verdad se diga,
el no querer trabajar
le ha costado la vida.

Sin vacilar un momento
enseguida a trabajar
que lo poco que nos queda
pronto se va a terminar.

Y principió el tío Peluco
con tanto afán la faena
que pasados diez minutos
al fin terminó la cueva.

Cuando Rabolargo vio
Que ya tenían libertad,
con qué gusto y qué alegría
dio un abrazo a su papá.

Y cogidos de la mano
fueron casa del vecino
y enseguida se colaron
dentro de un cofín de higos.

Y comieron nada más
hasta que tuvieron gana
sin desperdiciar ninguno
mirando por el mañana.

Pues aquí jamás haremos
de lo que allí hicimos uso,
de desperdiciarlo todo
y cometer mil abusos.

Y tomemos precauciones,
que aquí podamos vivir;
tapemos con gran cuidado
la tronera del cofín.

No hagamos ningún ruido
persigamos nuestro fin
y busquemos una cueva
donde podamos vivir.

Y cómo era de noche
buscamos por todos lados
y en un sitio muy oculto,
gracias a Dios la encontraron..

Rabolargo que la vio
exclamó con alegría
¡papá, qué bonita cueva
cómo la que yo quería!

Pero  dijo el Tío Peluco
poniendo muy mala cara
¿pero no ves hijo mío
que está la puerta cerrada?

Eso no tiene importancia,
permítame  que le diga,
quien sabe si esos ratones
serán de nuestra familia.

Quién sabe, pudiera ser,
yo tengo muchos parientes
que con ellos me crié
y me salieron los dientes.

¡Papá, mire usted un letrero,
lo leo con ilusión,
estas letras están hechas
por las manos de un ratón!

Y poniéndose antiparras
el Tío Peluco miró,
y vio que las letras eran
escritas por un ratón.

Y leyendo Rabolargo
extasiado de alegría,
estas benditas palabras
aquel letrero decía.

Quien a esta puerta llamare,
en nombre de nuestro Dios,
no lo hará cómo no sea
honrado y trabajador.

Muy bien mi querido padre
tal vez sea la verdad,
nosotros siendo así
creo que debemos llamar.

Y por que no hijo querido
eso no nos cuesta nada,
y cogió la campanilla
dando una campanillada.

Quién, contestó con voz ronca
el que estaba de portero,
que me digáis quien sois
es tan sólo lo que quiero...

Puede abrir con confianza
y sin ningunos temores,
pues sepa somos dos buenos
 honrados trabajadores.


Que pasando mil trabajos
y vestidos con harapos
nos venimos aquí huyendo
de la cólera de un gato

Con la rapidez del rayo
a la llave dio la vuelta
enseguida en par en par,
abierta estará la puerta.

Pasad, hermanos queridos
y quitaos del peligro,
lo que os pasa lo sé
así llegué  yo aquí mismo.

Y volvió  a cerrar la puerta
aquel era su mandato,
para evitar que jamás
pudiera entrar ningún gato.

El Tío Peluco y su hijo
al verse en aquella entrada
se quedaron asombrados
sin saber lo que pasaba.

No os extrañéis hermanos,
perdonad que yo os diga,
lo que veis y vais a ver,
no lo habéis visto en la vida.

Y pasaron  a un salón
que junto a la entrada había,
era el tesoro más grande
que jamás verse podía.

De un maravilloso estilo
este edificio fue hecho,
con arcos monumentales
se construyeron los techos.

Había por los extremos
riquísimas esculturas
y cuadros por las paredes
de las más finas pinturas.

Los pórticos eran sedas
de  colores delicados
y con oro del más fino
con gusto estaban bordados.

Los techos eran de talla
de caoba y rica encina,
con incrustaciones de oro
y piedras de las más finas.

La vajilla era de oro
con tonos muy relumbrantes,
pues toda estaba cuajada
de perlas y de brillantes.

La mesa que había en el centro
era de ámbar y espuma,
toda llena de rubíes
que no igualaba a ninguna.

Los suelos eran mosaicos
constituyendo un tesoro;
el exceso de diamantes
en grandes planchas de oro.

Rabolargo y su papá,
contemplando estas bellezas,
se quedaron asombrados
meneando las cabezas.

Pero Rabolargo dijo
no pudiéndose callar,
pues estaba entusiasmado
al ver tanta deidad.

¡Qué maravilla más grande,
qué obra más colosal.
válgame Dios de los Cielos!
¿y cuánto esto costará?

Y dijo el hermano Antonio,
con tono bastante bajo,
esto aquí, no cuesta nada,
es la honradez y el trabajo.

Y contestó Rabolargo
con dulzura y claridad,
¿Dígame, hermanito Antonio,
nos vamos aquí a quedar.

Que así lo permita el cielo
y que tengáis vocación,
no quebrantando las leyes
escritas por el Señor.

¿Pues aquí no son las leyes
lo mismo que en otros lados,
o es país diferente
de los demás separado?.

Ya que deseáis saber
haré una declaración,
y que sepáis pronto todo
en el nombre del Señor.

Os diré primeramente,
pues en ello tengo honor,
que todo el bien que tenemos
lo debemos a un ratón.

Pues en  nuestro libro dice
con preciosa explicación
cómo Dios legó esta tierra
a San Peludo, el ratón.

Además, en este libro
También os encontraréis
nuestros deberes cristianos
para cumplir nuestra ley.

Ésta, es la obra más grande
que jamás escribió Dios,
y se le puso por nombre.
"EL CÓDIGO CONSULTOR".

Ese libro, como veis,
es nuestro mejor amigo,
y todos en nuestro planeta
llevamos uno consigo.

Aquí nada preguntamos,
todo sabemos lo mismo
y hacemos estrictamente
lo que manda nuestro libro.

Esta obra es tan completa
Que la hizo Dios de tal modo,
que no le falta un detalle
está comprendido todo.

Este palacio que veis,
de riquezas cual ninguno,
esto aquí es cosa corriente,
cada cual tenemos uno.

Valiendo tantos millones
parece una cosa rara,
Pues sepáis hermanos
esto aquí no cuesta nada.

Pues cómo antes os dije
y lo repito otra vez,
es nuestra administración
el trabajo y la honradez.

Aquí el dinero no existe
ni marqueses, ni feudales,
aquí no hay categorías
pues todos somos iguales.

Tampoco somos viciosos,
todos tenemos buen juicio,
y sabemos cada uno
bien aprendido un oficio.

Todos los días diez horas
es la tasa del trabajo,
y lo hacemos tan tranquilos
que jamás nos fatigamos.

Los domingos, son sagrados
no se puede trabajar,
y todos vamos a misa
jamás se puede faltar.

Después de cumplir con Dios,
hacemos grandes festines,
sólo para disfrutar
sin perseguir otros fines.

También somos gobernados
pues tenemos nuestro Rey
por si alguno se desmanda
hacerle cumplir la Ley.

Ya veis, hermanos míos,
las grandezas del país
Parece cómo un ensueño
lo que estamos viendo aquí.

Pero sólo es una sombra
lo que os tengo explicado,
si subís al planeta
quedaréis encantados.

Y exclamó Rabolargo
con alegría y placer.
¿Para subir al planeta
qué se precisa saber?

Sólo honradez y trabajo
y no quebrantar la ley,
esto lo exige el señor,
esto manda nuestro Rey.

Mas el que llegare allí
y no hiciese lo ya dicho
será arrojado a los gatos
según dice nuestro libro.

¿Pero hermanito es verdad
eso no es nada grato,
yo creí que en el planeta
no existiría ningún gato?

Dos hermosos ejemplares
bravos cómo dos leones,
que lanzan unos maullidos
que parten los corazones.

Yo los he visto una vez
y cuando me distinguieron,
con la boca muy abierta
hacia mí se dirigieron.

El Tío Peluco y su hijo
que estas palabras oyeron,
nerviosos como el azogue
se le erizaron los pelos.

Y Rabolargo temblando
estas palabras habló
¿hermanito de mi vida,
y cómo no lo atrapó?

Jamás puede pasar eso
pensarlo es una locura,
los tenemos encerrados
en una fuerte jaula.

Y disfrutan cómo locos
cada vez que nos acercamos,
creyendo los inocentes
que nos van a echar las manos.

Según cuentan los antiguos
y yo también me lo creo,
el ir a ver a los gatos
se tomó cómo un recreo.

Y los domingos y fiestas
por la noche y por el día,
iban miles de ratones
parecía una romería.

Los niños con su imprudencia
a los gatos cabreaban,
pinchándoles con palitos
haciendo mil diabladas.

Los de la raza del tigre
gruñían cómo leones,
y sólo querían vengarse
de los ruines ratones.

Tanto abusaron los niños
con sus juegos y locuras,
que sin darse cuenta abrieron
una de las cerraduras.

Los gatos que ya se vieron
en completa libertad,
hicieron en un momento
la más grande mortandad.

De niños y de mujeres
de mocitos y de viejos,
del atracón que se dieron
no cabían en el pellejo.

Tanto llenaron la tripa
por los muchos que comieron,
que tendidos cómo ranas
se quedaron en el suelo.

Y les entró tal soñera
con la cena que se dieron,
que a pesar que los ataron
ni siquiera se movieron.

Entonces con gran cuidado
con sigilo y con cordura,
después que los meten dentro
ponen fuerte cerradura.

Y fue que allí sucedió
cómo aquel refrán que dice,
ya que perdimos el pelo
conservemos las raíces.

Pues desde aquella tragedia
no ocurrieron más cuestiones,
por que siempre se tomaron
las debidas precauciones.

Esta lección fue tan grande
para todos en cuestión
que jamás aquí los gatos
se han comido a otro ratón.

Por eso os aconsejo
que viváis descuidados,
que esos gatos desde entonces
están muy bien encerrados.

Pues los padres y las madres
recibieron tal lección,
que a los hijos sujetaron
educándolos mejor.

Por que desde chiquititos
los ponían en la escuela,
para aprender a leer
y saber las cosas buenas.

Los que no saben leer
ni en sus tratos son formales,
la sociedad los compara
de feroces animales.

Desde chiquititos leemos,
vivimos cómo en la gloria,
sin rencores ni disgustos
¡qué grandiosa es nuestra historia!

Rabolargo y su papá
después de oír la tragedia,
hondamente  impresionados
hablaron de esta manera.

Hermano Antonio por Dios
y por su bendita madre,
arréglenos pronto el viaje
que no se nos haga tarde.

Se me olvidaba deciros,
pues esto es lo más preciso,
¿qué profesión ejercéis
sabéis algún oficio?

Ni oficio ni profesión
somos unos desgraciados,
el bien que hemos de tener
lo esperamos de sus manos.

Mis más queridos hermanos,
lo siento dentro del alma,
si no sabéis un oficio
es imposible hacer nada.

Por San Peludo, hermanito
por ese santo divino,
la culpa no es de nosotros
si un oficio no aprendimos.

Pues en que os ocupasteis
durante toda la vida,
y cómo os la gobernasteis
para ganaros la vida.

Lo que hicieron nuestros padres
fue tan sólo lo que hicimos,
y ellos son los culpables
si otra cosa no aprendimos.

Pues ellos siempre vivieron,
aunque sea un deshonor,
robándole a un señor cura
lo que tenía mejor.

Yo nací en aquella casa
según mi padre me dijo,
allí me hice casado
allí nacieron mis hijos.

Y todos mis descendientes
casa del cura vivieron,
regalándose muy bien
hasta que no se murieron.

Pero la moza del cura
cometió un desacato,
trayéndonos a la casa
un infame y grande gato…

Y llorando, el tío Peluco
dio un suspiro y soltó un grito
y contó al Hermano Antonio
la muerte de Periquito.

Cuando el hermano escuchó
lo ocurrido a este ratón,
grandemente emocionado
en este sentido habló.

Hermanos os compadezco
lo que os pasa lo siento,
y sabed que participo
de vuestro gran sentimiento.

Y siempre tened presente
que tenemos un deber,
todos los que hemos nacido
trabajar para comer.

Y todo quien no cumpliere
lo que Dios dejó mandado,
morirá cómo Perico
y además, condenado.

Vuestras palabras son sabias
las queremos respetar,
pues sepa hermanito Antonio:
deseamos trabajar.

Si no podemos ser reyes,
por carecer de cultura,
a peones albañiles
o si no a la agricultura.

Para lo que aprovechemos,
no aspiramos a ser dignos,
pero líbrenos hermano mío
de las garras de un minino.

Pues en la tierra son tantos
y nuestro olor es tan grato,
que no se puede vivir
sin que nos busquen los gatos.

Todo lo tengo presente,
os compadezco y lo siento;
consultaré con el Rey
a ver si arreglamos esto.

Pues veo en vuestros modales
comportamiento y finura,
que al estudiar nuestro libro
seréis seres de cultura.

Esperad aquí sentados,
voy a cumplir con la ley
y contarle lo que ocurre
a nuestro monarca, el Rey.

Que Dios quiera que lo escuche
y que consuele a estos pobres
que venerado será
para nosotros su nombre…

Qué lástima hijo mío,
cuanto lo siento,
que pena que me aflige
que sentimiento.

Tal vez nos expulsen,
qué sacrificio,
por que no conocemos
ningún oficio.

Tengamos esperanzas
en  Jesucristo,
puede que nos conceda
lo que pedimos.

Y si nos lo concede
hijo del alma,
¡qué bien que viviremos,
qué paz, qué calma!

Parece que siento pasos,
y debe ser el hermano
que sabe con la impaciencia
que nosotros le esperamos.

Papá sí que debe ser
no tengo tranquilidad,
y me hace el corazón,
tipi-tipi-tipi-tá...

Pero seamos tranquilos,
demostremos tener calma,
no nos azaremos nunca,
avivemos nuestra alma.

Buenas tardes hermanitos
ya he cumplido con mi Ley
y mañana a más tardar
os espera nuestro Rey.

Mil gracias hermano Antonio
jamás podremos pagar
sus rasgos caritativos
su finura y su bondad.

Y sepa hermano querido
que de todo corazón,
por su salud y de sus hijos
hemos de pedir a Dios.

Os agradezco y estimo
vuestros plácemes y honores,
cumplí, cómo hay que cumplir
con buenos trabajadores.

Y puesto que sois decentes,
permitidme que os diga,
tengo verdadero gusto
en presentar mi familia.

Estaréis aquí hospedados
y cómo es mi deber,
cenaréis con nosotros
y dormiréis también.


No nos merecemos tanto,
nosotros para cenar,
nos comemos cualquier cosa
un pedacito de pan.

Y dormir en cualquier lado
en donde no perturbemos,
aunque sea en el pajar
pues molestar no queremos.

Desde el momento que el Rey
autorizó vuestra entrada,
sois cómo todos nosotros
sin diferenciarse en nada.

Y dentro de la moral
excluyendo la ignorancia,
para cuanto deseéis
aquí tenéis nuestra casa.

Gracias hermano querido,
gracias hermano del alma,
lo que hace con nosotros
no es pagado con nada.

Seguidme sin temer nada,
lo dicho vamos a hacer
pues quiero que conozcáis
mis hijos y mi mujer.




Y pronto se presentaron
en una lujosa alcoba,
de un soberbio vasto lujo
que parecía la gloria.

Un coro angelical
de voces muy afinadas
cantaba una canción
que en el alma penetraba.

Esta canción que escucháis
solamente la cantamos
para dar gracias a Dios
que el trabajo terminamos.

Qué sorprendidos quedaron
el tío Peluco y su hijo
al ver que allí trabajaban
como jamás se había visto.

Pues cada cual en su sitio
con cordura y alegría
terminaba su faena
esperando al otro día.

Esa que veis en el centro,
que con gran cariño adoran,
ésa es la madre de todos
¡ahí tenéis mi señora!

Y quitándose el sombrero
 a la señora llegaron,
y con grande cortesía
dulcemente saludaron.

No tengo el honor hermanos
de saber a quien saludo,
que bienvenidos seáis
en nombre de San Peludo.

Gracias hermana adorable,
gracias hermana querida,
si queréis saber quien somos
contaremos nuestra vida.

Con sumo gusto y placer
oiré vuestro relato,
vendréis, cómo todos vienen
perseguidos de algún gato.

Mas que gato hermana mía
era un león, era un tigre,
de sus uñas y sus dientes
que San Peludo nos libre.

Al oír estas palabras,
la hermana Juana bufó,
Rabolargo cayó al suelo,
el hermano se erizó.

Sus hijos que bien notaron
que algo extraño sucedía,
corriendo a más no poder
cómo moscas acudían...

¿Qué ocurre padres queridos,
todos dicen a una voz,
que os encontráis nerviosos
y en continua agitación?

Nada que nuestros hermanos
que han llegado de la tierra,
cuentan que un gato feroz
los ha arrojado de ella.

Todos hicieron un gesto
y llevaron un mal rato,
por si los recién llegados
se trajeron algún gato.

Pero el tío Peluco pronto
comprendió lo que pasaba,
e hizo mil juramentos
que él no había traído nada.

Y dijo el hermano Antonio
con alegría en la cara,
los vi muy bien cuando entraron
y no se han traído nada.

Jamás quiera Dios divino
que tenga que batallar,
con ese asqueroso bicho
que no lo puedo tragar.

Y dijo la hermana Juana
con muy buena voluntad,
aquí tenéis las butacas,
os podéis aquí sentar.

Y dejándose caer
en los somieres  asientos,
se levantan exclamando,
¿Dios mío, pero qué es esto?

Comprendiendo lo ocurrido
todos rompen a reír,
hasta que se dieron cuenta
y se sentaron por fin.

Una vez que se sentaron
el hermano Antonio habló,
y dijo todos sentados
yo escucharemos mejor.

Y cada cual en su silla
formaron tan grande corro
que al tío Peluco causó
verdadero gran asombro.

Y principió el tío Peluco
el relato de su vida,
unas veces ya lloraba
otras veces se reía.

Tanta lástima causaron
los trabajos que pasaron,
que lloraron sin querer
aquellos buenos cristianos.

Una joven muy discreta
a sus padres indicó,
que de verlos mal vestidos
les causaba compasión.

Y los demás contestaron
con la misma voluntad,
papá les traemos ropa
y ya se pueden mudar.

Y dijo el hermano Antonio,
lo tenía pensado ya,
traérsela  y entretanto
la mesa para cenar.

Y les trajeron dos trajes
de los que marca la ley,
exactamente lo mismo
que los que vestía el Rey.

Cuando se vio Rabolargo
tan bien emperifollado,
se decía para si,
¿es qué me habrán cambiado?

Y al mirándose al espejo
con mucha coquetería,
al verse tan guapetón
solo  sin querer reía.

Lástima de mi hermanito
si viviera qué alegría,
¡con otro traje cómo éste
qué rumboso se pondría!

Tan contento el tío Peluco
sin saber lo que iba a hacer,
mirándose se decía
¡cuánto lujo a la vejez!

Este traje tan hermoso.
y el sombrero de tres picos,
¡qué bien le hubiera estado
a mi hijo Periquito!

Lo siento dentro del alma
no nos pueda acompañar,
pues todo su mal provino
de no querer trabajar.

Y mirándose los dos
al verse tan elegantes,
un abrazo se soltaron
bien apretado y bien grande.

Y dijo el hermano Antonio
con una cara muy buena,
hermanos si estáis vestidos,
es la hora de la cena.

Vamos enseguida, hermano,
puesto que estamos vestidos;
pónganos en un rincón
que nos hacemos un lío.

Con la misma confianza
que si en vuestra casa fuera,
podéis sentarse en mi mesa
a saborear la cena.

Dios escribió en nuestro libro
que debemos perdonar,
el que hace lo que sabe
nadie le obligue a hacer más.

Ochenta y cinco cubiertos,
más que en algunos banquetes,
toda la mesa cuajada
de sabrosos ramilletes.

De queso, de salchichón,
de mortadela, pescado,
buena carne de ternera,
diez y seis pavos trufados.


Rica tortilla francesa,
veinte cabritos asados,
paella a la valenciana,
faisanes en estofado.

Merluza a la vinagreta,
pollos tiernos con tomate,
asados de los mejores
aquello fue un disparate.

De vino y de licores
cosa grandiosa y extraña,
pues tenían en la mesa
las más exquisitas marcas.

Postres, para que decir,
en frutas  y confituras,
estaba lo más sabroso
aquello era una locura.

Los cigarros que aromados,
que tabaco más sabroso,
jamás hemos visto otro
de aroma más delicioso.

El tío Peluco y su hijo
tanto la tripa llenaron,
que no podían levantarse
qué negras que las pasaron.
Pero todos enseguida
al verlos se levantaron,
y apoyados sobre ellos
en las sillas se sentaron.

Margarita ,Celestina,
Carmencita, Pepa, Juana,
¿a los señores viajeros
habéis preparado cama?

Sí señor padre querido,
las tenemos arregladas,
pueden dormir cuando gusten
aquí están en la sala.

Y descorriendo el portier
dijeron de buena gana,
ya os podéis acostar,
ahí tenéis vuestras camas.

Dormid con tranquilidad
lo mismo que en casa vuestra,
que mañana al despertar
estaréis en el planeta.

Así mismo sucedió
y tened en la memoria,
donde fueron los ratones
es lo mismo que la gloria.

Donde vivieron felices,
donde sólo había alegría,
donde no pasaron penas
y donde gatos no había.         

 - F I N –        Espinardo 18 de febrero de 1926


*****
Manuel Mínguez Pérez.
Nace en Espinardo (Murcia) el 27 de agosto de 1879 y murió en 1937 a la edad de 58 años.

Fue una persona muy dinámica y autodidacta, con un gran afán de aprendizaje. 
Pasó gran parte de su vida cómo director comercial en la empresa de pimentón “Francisco Flores” de la pedanía de Espinardo. Esta actividad le llevó a pasar largas temporadas en Andalucía, especialmente en la zona de Gibraltar.

Amante de la literatura y con inquietud por sacar su vena artística, plasmada en unos pocos poemas; comienza a escribir  EL TRABAJO DIOS LO PREMIA  que terminaría el 18 de febrero del año 1926.

El texto se fue transmitiendo de forma verbal a través de sus familiares.

 Manuel Mínguez Pérez , casado con Dolores Martínez, tuvo tres hijos: Carlota, Antonia y Francisco,; seguramente muy conocidos para las personas que hayan vivido  en Espinardo.
Su hija, Carlota, después de tener varios negocios comerciales en la calle Mayor, se marchó a Alemania  y murió, igual que sus hermanos, hace años, viven sus hijos Mari Loli y Manolo( reside en Alemania) , los otro dos Pedro y Fina, fallecieron..

La otra  hija de Manuel Mínguez Pérez: Antonia ; tuvo, junto a su marido, muchos años. un colmado en Espinardo en la esquina de la Calle Mayor con la del Calvario; sus hijos: Mari Patro (fallecida), Lola, Antonia y José;  también  han seguido con esta tradición comercial.

El hijo varón del autor: Francisco:  Tuvo a su vez seis hijos: Dolores, Joaquín, Virtudes, Josefa, Cristián Francisco, Carlota.

Según se capta en sus escritos, Manuel Mínguez Pérez tenía una gran influencia religiosa, aunque quien lo conocía hablaban de él como de una persona liberal e independiente.

Contaba con muy buenos amigos y conocía a muchos de los personajes murcianos que con el tiempo se han hecho populares, a la vez que estaba emparentado con el pintor Luis Garay

 En la tumba contigua a la de este pintor, en el cementerio de Espinardo, se encuentran los restos del autor  que escribió “El Trabajo Dios lo Premia”.